Alejandra Guzmán me dijo: yo te hago un topless si tú te haces un tatuaje con mi nombre.
Enrique Iglesias me vapuleó: ¿no te aburre ponerte una corbata todas las noches? Luego se burló de mí: tío, tú necesitas urgente un buen peluquero.
Raphael cruzó las piernas, hamacó levemente sus botas blancas y me dijo: después del programa quiero que vengas a mi suite para hacerte una entrevista yo a ti.
Charly García se permitió soltar una discreta flatulencia y probablemente pensó que yo no lo advertiría, pero lo miré con aire cómplice y nos reímos a carcajadas. Le dije: la próxima vez avísame para traer la máscara antigases que me regaló Michael Jackson.
El gordo Porcel se quedó dormido cuando fuimos a comerciales. Tuve que zarandearlo del brazo para que despertase.
Bosé me dijo que tenía que ir al baño durante los dos minutos de la publicidad. Corrió, encendió un cigarrillo, le dio tres pitadas y regresó a toda prisa al estudio. Me dijo: sólo tenía miedo de que sonase una alarma.
Calamaro me dijo que le encanta viajar en Iberia porque le permitan fumar en el baño o en la cabina del piloto.
Luis Miguel me contó que una vez viajó en su avión privado pero al llegar se dio cuenta de que había olvidado su pasaporte, así que tuvo que mandar el avión de vuelta para que recogieran su pasaporte de Acapulco.
El genial escritor peruano Alfredo Bryce me pidió como única condición que tuviese una botella de vodka debajo de la mesa del programa. El vodka es el trago perfecto para la televisión porque parece agua, me dijo.
Susana Giménez me confesó que quiere tanto a su perrita Jazmín que los domingos la lleva a misa.
Juan Gabriel me dijo que sólo me daría una entrevista si me comprometía a no preguntarle nada sobre su vida íntima, familiar o sexual.
El escritor Jorge Edwards me dijo que no cree que Vargas Llosa y García Márquez volverán a ser amigos.
Ricky Martin llamó a su peluquero privado cada vez que fuimos a comerciales y el peluquero nerviosísimo prendió una secadora portátil y le alisó suavemente el cabello al divo. El pelo de Ricky necesita atención constante, me explicó.
Valeria Mazza me advirtió: no me piropees tanto, que Ale es celosísimo. Alejandro Gravier, su entonces novio, no me perdía de vista detrás de cámaras. Cuando nos despedimos, me dio la mano con tanta fuerza que casi me luxó la muñeca.
Paulina Rubio me prometió que me enseñaría a patinar y que me llevaría a una fiesta rave en South Beach.
El presidente Fujimori me llamó a su despacho privado, conversamos cordialmente y me dijo: sólo le pido que no me pregunte por mi ex esposa.
Christian Castro me dijo con voz grave: ni una pregunta sobre mi padre.
La peruana Laura Bozzo, famosa presentadora de televisión, me rogó que no le preguntase nada sobre su supuesto romance con el temido jefe del servicio de inteligencia del Perú.
Don Francisco me dijo que le deprime ver televisión porque ha >llegado a unos niveles de decadencia moral que jamás imaginó.
Maradona pidió cincuenta mil dólares por una hora de entrevista.
Chilavert dijo textualmente: mi cachet es de cuarenta mil pesos por hora de televisión.
Angie Cepeda pidió un whisky durante los comerciales y, mirándola embobado, no pude evitar decirle: ¿qué tiene Diego Torres que no tenga yo? En la siguiente entrevista que le hice, vino acompañada por Diego.
Cuando se fue la maquilladora y faltaban veinte segundos para volver al aire, Laura Pausini me dijo: cierra los ojos. Los cerré y me dio un besito.
Menem me dijo antes de despedirnos: sólo le voy a dar un consejo, no se olvide nunca de su madre.
El día que debía entrevistarlo en Buenos Aires en un programa en directo, y a pesar de que lo habíamos anunciado en grandes carteles publicitarios en la avenida 9 de julio, el maestro Ernesto Sábato me dijo por teléfono: hoy no puedo ir a su programa porque me voy a morir.