Por Raúl Lescano / Fotografía de Augusto Escribens
El alcalde de Cieneguilla, Emilio Chávez Huaringa, tiene una leve cojera. Desde su época de marcador derecho en Rosario Fútbol Club, de la segunda liga profesional, su rodilla derecha está pendiente de una operación, y sus articulaciones se desgastan más rápido de lo normal. A los veintitrés años, el médico le dijo que debía tomar una decisión: le intervenían la pierna o dejaba el fútbol. «Dicen que jugaba bien», se ríe. Su voz es gruesa, parece que hablara con la garganta. «Pero no era algo a lo que me hubiera querido dedicar».
A pesar de la lesión, insiste en subir las largas escaleras de piedra que llevan a un mirador abandonado sobre uno de los cerros de la franja izquierda del valle. Lleva un sastre, medias y zapatos marrones y una camisa blanca sin corbata. Después de atravesar algunas ramas de los árboles que se han extendido sobre el camino, aparecen a lo lejos una pequeña planicie y las torres de electricidad que se alzan sobre los cerros más grandes de la zona. No venía desde hacía quince años. Desde ahí se divisa todo el valle rodeado de colinas que la luz del sol tiñe de distintos colores dependiendo de la distancia.
El alcalde tiene un cariño marcado por los paisajes. Su primera obra fue sencilla: convertir un terreno de desmonte de maleza en un pequeño parque, una política que ha mantenido con diferentes espacios de acopio. «Aquí a la derecha, por favor», corta la conversación mientras recorremos el distrito. El alcalde quiere mostrarnos su jardín favorito: un pequeño parque de caminos de piedras y pequeñas lomas con flores rojas y amarillas. Durante los tres años y siete meses que lleva en el cargo, Chávez Huaringa se ha centrado en la seguridad, las áreas verdes, la comunicación, la financiación para proyectos de servicios básicos y el turismo. Ha creado alianzas entre el serenazgo y los restaurantes, ha luchado contra las areneras ilegales y ha hecho a su municipio merecedor del sexto puesto en el premio de transparencia municipal, del observatorio Lima Cómo Vamos.
Ahora su tarea pendiente es reafirmar a Cieneguilla como una de las mejores opciones para huir de la bulla y del gris de la ciudad. El distrito que lleva caballos, huacas y colinas soleadas en su escudo ahora es parte de la Asociación de Municipalidades Turísticas del Perú [de la que Chávez Huaringa es vicepresidente] y de la Federación Latinoamericana de Ciudades Turísticas, ambas fundadas en el 2011. «Nosotros decimos que Cieneguilla es como un Perú chiquito, porque tenemos el sol de la costa, la comida de la sierra y la vegetación de la selva», dice. El siguiente paso: crear la Marca Cieneguilla.
Emilio Chávez Huaringa llegó a la alcaldía de Cieneguilla en su tercer intento, en el 2010, con el 48% de los votos. La primera vez fue convocado por un grupo de vecinos que buscaban ser regidores y necesitaban como candidato a alguien joven, aunque conocido, que hubiese hecho carrera desde abajo.
Chávez Huaringa, en aquel entonces con 26 años, era ideal. Sus abuelos llegaron de El Carmen, Chincha, para trabajar en los sembríos de algodón. Su padre, un hombre que no aprendió a leer ni escribir y trabajó manejando maquinaria pesada y cultivando campos de algodón, fue uno de los
primeros que invadieron algunos terrenos en el cerro Tambo Viejo, donde creció y aún vive el alcalde.
La tradición de su apellido y su cariño por el distrito, sin embargo, alcanzaron solo para ocupar el tercer lugar en la contienda.
«Después del primer intento me di cuenta de que, mientras muchos sabían sobre temas municipales, yo solo hablaba con mi corazón», reconoce. Cieneguilla era el distrito de su infancia, donde jugó pelota, recolectó camarones en el río y consiguió sus primeros trabajos en restaurantes y granjas de pollo. Si bien sus conocimientos matemáticos le permitieron escalar continuamente en las empresas bancarias para las que trabajó tras graduarse como ingeniero eléctrico, eso tampoco alcanzaba. Tuvo que volver a las aulas para aprender sobre gestión municipal. Ya cuando dejó el fútbol, había hecho una pequeña carrera como árbitro, en la que aprendió la disciplina que se requiere para recorrer una cancha al ritmo de los demás. Para ser alcalde debía retomar esa conducta y obtener los conocimientos que sus oponentes dominaban, y él no. Llegó a fundar su propio partido, Renovación y Progreso, pero una vez más no bastó. Chávez Huaringa obtuvo el segundo puesto y tuvo que esperar cuatro años más para, de la mano del Partido Popular Cristiano, llegar a la alcaldía.
Para ir por la reelección ha tenido que reflexionar más allá de la gestión municipal. En el largo tránsito hacia la alcaldía su familia cambió. Su padre falleció meses después de la segunda campaña –solo alcanzó a prometerle llegar al cargo– y en el transcurso de la tercera nació su hijo Jatniel –regalo de Dios, en árabe. Sus jornadas de trabajo de ocho de la mañana a once de la noche le hacen sentirse lejano a su familia. «Los domingos en la tarde trato de estar con ellos, pero soy consciente de que no estoy saliendo a pasear, porque lo que hago es recorrer con ellos el valle para ver cómo están las diferentes zonas. Mi esposa va a mi lado, apuntando en un cuaderno, y con esos apuntes llego los lunes a las reuniones», cuenta mientras baja las escaleras del mirador. Cada tanto se detiene para que su rodilla descanse. «No haber sabido manejar mis tiempos ha sido uno de mis defectos. Era nuevo y quería aprender para que no me engañen».
Alejarse de su familia, sin embargo, no es una opción que considere ante una hipotética reelección. El hecho de que hoy haya asistido por la mañana a su colegio y haya pasado la tarde en el mirador es la prueba –asegura– de que no se dejará absorber por el trabajo. «Si hubiéramos conversado hace tres años no habría podido estar tranquilo. Ahora ya todos saben cómo trabajo y qué significa cada una de mis miradas». Lo que definitivamente no cambiará es su rodilla. Hace unos días una resonancia magnética indicó que tiene los meniscos de la rodilla derecha partidos en dos, pero no quiere operarse. Ahora que inicia su campaña por la reelección no puede tomarse días de para, dice. «Si he soportado casi quince años, puedo aguantar un poco más».