Texto y fotos: Iván Reyna Ramos
Incahuasi que en el habla quechua quiere decir "Casa del Inca”, es la ciudadela más importante asentada en la quebrada de Lunahuaná. De acuerdo con los cronistas, el Inca Túpac Yupanqui, ordenó a sus arquitectos incas la construcción de un Nuevo Cusco basado en los planos de la ciudad imperial, que le permitiera reabastecer su poderío militar a fin de conquistar los reinos de las tierras yuncas, hoy conocido como Cañete.
Incahuasi que en el habla quechua quiere decir "Casa del Inca”, es la ciudadela más importante asentada en la quebrada de Lunahuaná. De acuerdo con los cronistas, el Inca Túpac Yupanqui, ordenó a sus arquitectos incas la construcción de un Nuevo Cusco basado en los planos de la ciudad imperial, que le permitiera reabastecer su poderío militar a fin de conquistar los reinos de las tierras yuncas, hoy conocido como Cañete.
Al entrar a la Casa del Inca, todavía sopla un viento quizá animados por los espíritus guerreros del ayer, aunque su construcción es cada vez menos imponente por el paso del tempo y el olvido de las autoridades. Sin embargo, existe la propuesta para que sea la arqueóloga Ruth Shady, quien proyecte la puesta en valor de esta réplica cusqueña a pocas horas al sur de Lima.
El plano de Incahuasi es simple. Ha sido edificada con barro, piedras, y algunos adobes. Su aspecto metalizado se debe a que el barro ha sido amasado con los granitos y cuarzos provenientes de los cerros aledaños. El peso de su estructura reposa sobre diez pilares que resisten la presión ejercida por el terreno a desnivel, ya que la ciudadela se ubica en la falda de un cerro.
Según Carlos Larrabure y Correa en su obra “Ruinas Prehistóricas en la Provincia de Cañete”, en su visita a Incahuasi allá por 1935, encontró “una explanada con veredas en el centro y un curioso altar, dos escaleras de piedras que conducen a las terrazas, cuartos para los guardianes, cuartitos destinados a depósitos, y cuya techumbre común sostenían setenta y cinco columnas, que dan al edificio un aspecto monumental”, describe el ilustre diplomático cañetano.
Narra el doctor Larrabure, que llegó a contar 68 cuartos, que ninguno tenía puertas -pues los incas no la necesitaban por la severidad de sus leyes y la honradez de sus habitantes-, y que probablemente sirvieron como depósitos de granos, ají, algodón, herramientas y vestidos. Igualmente dice que habían habitaciones para los chasquis y guardianes; altares sagrados; y que el edificio principal sería concurrido por funcionarios a los sacrificios y fiestas religiosas que debieron celebrarse en el intihuatana, mientras la tropa y la muchedumbre llenaban la explanada para adorar al Dios sol. El estudioso aseguraba en ese entonces que en Incahuasi “todo es cómodo, bien ventilado y obedece a un plan que prueba la seguridad con que procedieron los arquitectos incas”.
Otra de las razones que le dan importancia a estos restos arqueológicos, son sus diversas columnas y paredes verticales, inclinadas, en forma trapezoidal, y aunque delgadas y de poca elevación, sirvieron para sostener los techos, y que hoy son las mejores muestras para corregir los escritos de Guillermo Prescott, en 1874, cuando en su “Historia de la Conquista del Perú”, dice que “los pueblos conquistados del Perú por los españoles desconocían en absoluto el uso de la columna”; y también a Charles Wiener, cuando en 1880 afirmó en “Le Pérou et Bolivia”, que “jamás se han visto columnas en el Perú”. Si bien no hay muchos muros del Perú antiguo, en Incahuasi reposa una de las pruebas que sirve para aclarar las erróneas conclusiones de historiólogos extranjeros.
En lo que sí han coincidido los más reputados historiadores, es que Pachacútec, el noveno emperador de los Incas, fue quien envió a su hijo Túpac Yupanqui conquistar las tierras yuncas. El cronista español, Pedro Cieza de León, dice que los cusqueños movilizaron unos ciento veinte mil hombres ante los cuarenta mil yuncas que comandaba el guerrero Chuquimancu, quien al cabo de cuatro años de resistencia se quedó solo, por lo que decidió someterse al imperio de los Incas. Entonces, se desató una gran represalia por haber demorado tanto la conquista, de manera que miles de prisioneros yuncas fueron colgados de los árboles y sentenciados a la pena del Huarcu, que en quechua derivaría del vocablo huarcona (ahorcadura) y huarcuy (ahorcar). Estos hechos dieron origen a que el valle tome el nombre de Huarcu o valle del ahorcado, antiguo nombre de Cañete.
Y como para agregar un dato adicional a esta historia, es que al frente de Incahuasi se levanta el “Cerro Hueco”, debido a que en sus faldas se halla una caverna que habría servido como cárcel en los tiempos incas, y quizá mucho antes como abrigo del hombre prehistórico. Se sabe que algunos viajeros han logrado ingresar a la cueva, mientras los lugareños no lo hacen por las creencias supersticiosas. Esta fue una mirada al ilustre pasado de Cañete que levantaron los llamados hijos del Sol.
(tomado del Blog Cañete Hoy)
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